Veinte minutos de agua bien tibia –tan caliente como el cuerpo sea capaz de resistir- lo resuelven todo, o al menos, recomponen el espíritu. Yo creía saber lo que eran las consecuencias de la inactividad, pero justo ahora es que alcanzo a comprobar cuánto pesan esas setecientas fechas que me he gastado sin poner un pie en una cancha de futsal.
Por experiencia sé que lo “bueno” sale mañana; aunque en lo personal me queda el triste consuelo de que nada, o casi nada, va a ser peor que aquella caída libre que me dejó fuera de combate y con la muñeca hecha trizas en el año 2010. El asunto es, con diferencia, lo peor que me pasó en mis andanzas deportivas; tanto, que duarante mucho tiempo me privé de recordarlo porque, a pesar de los años, aun duele.